Capítulo
32
Jaejoong
se acomodó en el sillón reclinable de cuero en el jet
de Yunho, mientras rodaba para despegar. El cielo de
terciopelo negro de la madrugada discordaba con el color de su estado
de ánimo. Su estómago se revolvió con temor, su mente ya
a cientos de kilómetros por delante en Corea, reproduciendo
las posibles formas en que el día podría desarrollarse.
¿Dónde
iba a estar cuando anochezca?
Si
sólo pudiera retroceder el reloj y vivir la última noche
una y otra vez. Yunho le quitó el aliento tantas veces que
era un milagro que aún estuviera en pie. Había sido rampante y
grosero en la mesa del comedor, y más tarde fue tierno porque
Jae había necesitado que lo fuera. Se sintió como cristal en
sus manos.
Levantó
la vista cuando Yunho se abrochó el cinturón en el asiento junto a
Jae.
—¿Todo
listo? —preguntó. Ya podía sentir el abismo entre ellos
ampliándose mientras la realidad se entrometía en su
interludio. Hubo una torpeza en su tono y una mirada imparcial en
sus ojos.
¿O
se imaginaba esas cosas en Yunho porque él las sentía?
Con
cada minuto que pasaba se sentía más como el antiguo Jaejoong como
si se deslizara de nuevo en su antigua piel opaca después
de una semana de prestada cubierta de oro pulido.
—Listo
para irme —murmuró. ¿Qué otra opción tenía? ¿No, no
estoy listo? ¿No, dale la vuelta a este avión, no quiero ir a casa?
Esto
siempre fue un trato de una semana. Ahora que todo había
terminado y el tiempo de seguir adelante con el asunto
desastroso de la vida real y los maridos que engañan y los
matrimonios rotos.
Jaejoong
cerró los ojos y tragó el nudo que le subió a la
garganta cuando el avión despegó del suelo noruego. Era un
país que nunca imaginó que incluso iba a conocer, pero en
pocos días, cayó completamente bajo su hechizo. Sus vistas
panorámicas, Alpes eminentes y cielos místicos se habían grabados
en Jae para siempre, al igual que el grande y hermoso vikingo a su
lado ahora.
Dedos
calientes cubrieron los suyos, y abrió los ojos.
—Estoy
bien, de verdad. Sólo triste de irme.
Asintió.
—Hoy vas a estar bien, Jaejoong.
—¿Lo
estaré? —Lo miró a los ojos con los suyos mientras el
pánico se levantó en su pecho—. No creo que pueda hacerle frente.
—No
es demasiado tarde para que me encargue —dijo Yunho,
inexpresivo, pero sus ojos eran suaves y preocupados.
—Me
siento tan culpable, Yunho.
Yunho
negó con la cabeza. —Dime una cosa, entonces. ¿Estarías
aquí si te hubiera tratado correctamente?
Jaejoong
miró y estudió su anillo de bodas.
¿Estaría?
¿Podría haberse resistido a Yunho si hubiera sido
completamente feliz con Minho? Le habría gustado decir que
sí, pero no estaba tan seguro. Fue una gran pregunta. Después de
una semana en la empresa no estaba bajo ninguna ilusión sobre el
poder de su encanto.
Yunho
extendió la mano y lo sostuvo por los hombros, forzando sus ojos
para encontrarse con los suyos. —¿Por qué debes ser el
de la fibra de moral, cuando él es el único que ha
estado tirándose a otra persona por meses?
Pero
por mucho que tuviera un punto, no era sólo acerca de
Minho, pensó Jae. Se trataba de él, también. Se trataba
de la estela de destrucción que estaba a punto de causar en su
propia vida.
—Yunho,
me voy a casa, y estoy probablemente a punto de dejar a
mi marido. Y ya no puedo trabajar para ti, no después de esto. Al
final de hoy lo más probable es que estaré soltero,
posiblemente sin hogar y sin empleo.
—No
vas a estar desempleado. Tienes un trabajo.
—No
seas ridículo. —Lo miró fijamente. ¿Cómo podía pensar que era
sostenible para él continuar como su asistente personal?—.
Obviamente, no puedo seguir trabajando para ti después de esto.
—¿Por
qué no? No nos hemos mentido el uno al otro o hecho
algunas falsas promesas. No somos niños. Podemos separar el trabajo
del juego.
Jaejoong
se estremeció. Vaya. Realmente era tan helado como la tierra que
acababan de dejar atrás. Tan analítico, tan libre de
vínculos emocionales.
—No
soy como tú, Yunho. No puedo separar perfectamente mi vida
en el trabajo y el sexo. —Se encogió de hombros—. No
soy un hombre como tú, supongo.
Algo
en sus palabras traspasaron a través del hielo. Lo vio en
el estrechamiento de sus ojos y la rigidez repentina en su
mandíbula.
—No
me añadas a los gustos de tu marido, Jaejoong. Sí, me
gusta el sexo, pero soy honesto acerca de lo que hago, y
con quien lo hago. No corro en torno a puertas cerradas
para conseguir un puntapie y lastimar a las personas que profeso
amar.
Vaya.
¿De dónde vino eso?
—Amar.
—Repitió la palabra distraído, como si nunca la hubiera
oído antes. Era algo que Jae sentía que conocía muy poco en esos
días.
—Sí,
amar. Esa cosa no causa nada más que miseria y angustia,
luego hace que las personas engorden demasiado con helado y se corten
el pelo de forma poco aconsejable cuando las cosas van mal.
Auch.
Ahora Jae estaba alerta de nuevo. ¿Qué demonios ocultaba
esto?
—¿Nunca
has estado enamorado, Yunho? ¿Nunca has querido tanto a alguien que
tu corazón ruge cuando estás con esa persona, y todos los huesos de
tu cuerpo sufren por su ausencia?
—No.
—¿Eso
es todo? ¿Simplemente, no?
—¿Qué
esperabas? —Se encogió de hombros y extendió las manos
hacia los lados—. ¿Alguna triste historia de mi pobre
corazón roto? Lo siento, príncipe.
Jaejoong
se encogió de hombros ante el vacío. Se las arregló
para convertir su expresión de cariño en una burla, una vez más.
—No lo sé. No sé. Yo sólo...
—No
necesito etiquetar mis sentimientos como el amor, o encadenar a una
persona a mí sólo por el bien de una jodida fiesta y
una pieza sin sentido de basura. —Él miró su anillo de
bodas y Jae lo cubrió instintivamente. Nunca había salido
de su dedo desde el día que Minho lo deslizó en su lugar, y
por muy falso que parecía en este momento, la idea de quitárselo se
sentía como eliminar una parte de sí mismo. Al igual que toda su
identidad siendo descartada con un bisturí.
—No
digas eso. —A la defensiva tocó el anillo de oro en su
dedo anular.
—¿Por
qué no? ¿Por qué la verdad duele? —La boca de Yunho
se torció con disgusto—. Apuesto a que tu marido se lo quita
cuando se folla a su amante.
Jaejoong
sintió las palabras aterrizar como golpes. —¿Tienes que
ser tan contundente? —le lanzó en respuesta.
—Sí.
Sí, lo tengo que ser. Porque si no lo soy, volverás ahí
y escucharás sus trivialidades y mentiras.
—Pero
¿no es mi elección? ¿Por qué te importa lo que haga, Yunho?
Yunho
golpeó el brazo de su asiento con ira y frustración. —¿Por qué
haces esto ahora, Jaejoong? ¿Por qué estás dudando de todas las
cosas que has dicho y sentido esta semana?
Jaejoong
suspiró profundamente. —Porque esto es mi vida de la que
estamos hablando, Yunho, no un episodio de algún reality show de la
TV.
Tengo
que escucharlo, por lo menos escuchar su versión de la historia.
—¿Su
versión de la historia? —La risa de Yunho no tenía
ningún sentido del humor—. ¿Esa es la parte en la que
cae de rodillas y lo perdonas? —Lo miró intensamente, y
Jaejoong lo miró de vuelta, notando la forma en que su garganta
se movió al tragar duro—.
Te voy a mostrar su lado de la
jodida historia.
Agarró
su computador portátil, lo abrió, y después de unos cuantas
claves, puso la pantalla hacia Jaejoong, que se encontró a sí mismo
mirando una serie de fotografías. Entrecerró los ojos, tratando de
dar sentido a las imágenes frente a él. Pero no tenían
ningún sentido. No aquí, no en el computador de Yunho, no en
el avión privado de Yunho.
Su
marido, en un aeropuerto con su amante.
Minho
riendo en un bar, envuelto sobre de su amante.
Una
vez más en un balcón, su amante desnuda envuelta
alrededor de él.
No
llevaba su anillo de bodas.
Jaejoong
no podía respirar, sus pulmones de repente demasiado
apretados.
Incapaz
de apartar los ojos de la pantalla, con las manos en las
mejillas en conmoción.
Después de los días que sólo
había pasado con Yunho, que perdió su derecho de jugar a la
víctima, aún así su corazón se rompió en un millón de
pedazos al ver los brazos de Minho envueltos alrededor de una
mujer. Quería llegar al interior de la pantalla y tocar su sonrisa,
girar la cabeza lejos de esa mujer y hacerlo mirar en su dirección
en su lugar.
Aquellos
eran los brazos en los que había planeado pasar el resto de su vida
y su beso era el único que alguna vez había deseado en los labios.
Las lágrimas le humedecieron las mejillas, y un gran
sollozo se arrancó de su cuerpo. Saber sobre el romance de Minho
era una cosa. Tener imágenes de ello para siempre grabadas en las
retinas era otra.
Dejó
caer el rostro entre las manos y lloró a lágrima viva.
Yunho
cerró la pantalla poco a poco y colocó el portátil
sobre la mesa junto a él. Ver a Jaejoong llorar era insoportable.
Su único instinto era extender los brazos y sostenerlo. —Jae...
Príncipe... Lo siento mucho.
—Jae
se estremeció cuando lo tocó, y la mirada en sus ojos
cuando levantó la cabeza dejó a Yunho helado hasta los huesos.
—¿Lo
sientes? ¿Cual es la parte que sientes, exactamente, Yunho? ¿La
parte donde acosaste a mi marido, o la parte en donde
utilizaste mis problemas maritales para llevarme a la cama?
Cristo, debes pensar que soy tan estúpido.
—Sus
palabras salieron en un revoltijo de lágrimas y respiración
inestable, pero la ira sostuvo su figura erguida—.
Planeaste esto. Sabías que Minho me engañaba, y viste la
oportunidad de tomar algo que no era tuyo.
La
mente de Yunho luchó por alcanzar el tren de pensamientos
de Jaejoong. El lo entendió todo muy, muy mal.
—Jaejoong,
no. —Se estiró por sus manos, pero Jae las retiró
lejos—. Eso no es lo que pasó...
—¿En
serio? Porque eso es exactamente lo que parece desde donde
estoy sentado.
¿Por qué, Yunho? —Arrastró las manos con
furia en sus mejillas, manchando de rastros de lágrimas en
zig-zag por su cara—. Ni siquiera te molestes en contestar. No eres
mejor que Minho. Eres peor, de hecho, porque eres un jodido
mojigato con ello.
—Los
labios de Jaejoong se curvaron—. ¿Eso es lo tuyo? ¿Jung
Yunho, seductor Vikingo honorable, listo para lanzarse en picada a
rescatar a los maridos engañados? ¿Eso es todo? —Sus puños
se apretaron con tanta fuerza que sus nudillos brillaban
blancos—. ¿Lo es?
—Sí.
Porque soy un Thor habitual. —El intento de Yunho de
frivolidad cayó en un saco roto. Hizo una pausa y
suspiró—. Sólo quería hacer lo mejor para ti, Jaejoong.
Su
amarga carcajada resonó por toda la cabina.
—Bueno,
¿adivina qué? No necesitaba tu versión jodida de un
cuento de hadas para salvarme.
La
desolación se instaló sobre sus hombros como una barra de
pesas. No podía decirle la verdad. No podía decir que algo en sus
frágiles, respuestas defensivas alrededor de su marido en la
entrevista habían hecho sonar las alarmas en su cabeza, o
que había estado operando por puro instinto cuando había
dado la orden de tener a Lee Min Ho investigado.
No
podía contarle que él le dio mucho más de lo que negoció durante
la semana pasada, o que le cambió la vida tanto como él cambió la
suya.
Así
que se encogió de hombros en su lugar, refugiándose en
su habitual porte frío.
—Es mejor que sepas. Lo mejor es que
sostengas todas las cartas.
—¿Mejor?
—Jaejoong saltó del asiento, alejándose de él—. ¿Mejor?
—Su
voz tembló cuando abrió la puerta del dormitorio—. Vete a
la mierda, Yunho.
No
necesito lecciones de amor de alguien que no sabe nada de ello.