Capítulo
29
Yunho
rellenó la copa de vino de Jaejoong después del almuerzo,
luego echó su silla hacia atrás. La comida que el ama de llaves
preparó para ellos estaba deliciosa, sin embargo ambos ni
la disfrutaron después de su mañana tempestuosa.
—Tengo
que salir un rato esta tarde.
Jaejoong
asintió, extrañamente aliviado ante la perspectiva de un
tiempo a solas. Cada momento con Yunho era completamente acelerado y
las experiencias del día hasta el momento lo dejaron sintiéndose en
carne viva y expuesto.
Le
dolía el cuerpo, y el corazón le dolía aún más. Necesitaba un
baño de espuma para suavizar sus músculos, y algún precioso
espacio para pensar. En menos de veinticuatro horas estaría
de regreso en Corea con Minho, y no tenía ni idea qué diablos iba a
hacer.
Lo
único que sabía era que las próximas horas se sentían
como si se acercara su ejecución.
*******
Yunho
apoyó la frente contra el lado frío de la ventana del auto y se
quedó mirando el soso edificio del hospital universitario de
ladrillo rojo.
Este
no fue su destino planeado esta tarde, pero instintivamente giró
hacia él de todas formas, en lugar de pasar de largo. No
tenía intención de entrar. Sus dedos se cerraron alrededor
de la carta en el bolsillo de la chaqueta, no preocupándose
por el hecho de que la arruinaba hasta un punto en el que
leerla de nuevo sería casi imposible.
Sabía lo que decía sin
mirarla.
Su
viejo y querido papá estaba aquí una vez más por abuso
de alcohol, sólo que en esta ocasión había muchas
posibilidades de que no saliera bien librado de nuevo. Había sido
un muerto andante desde que su esposa se suicidó; Yunho sólo
se sorprendió de que le tomara tanto tiempo. No tenía
sentimientos que ofrecer excepto disgusto y odio, y ¿de qué le
servían a un moribundo?
Dejó
al capellán escuchar las súplicas por perdón de su padre. Dejó
que la fría mano de un extraño fuera su consuelo. Yunho
no tenía nada que darle.
Estudió
el edificio y se preguntó cuál ventana albergaría a su padre.
¿Cómo luciría aquellos días? Yunho cortó todos los lazos con él
después de la muerte de su madre, escogiendo quedarse con
los familiares que soportaban su presencia problemática como
una cruz en vez de quedarse con el padre miserable que
abogó diariamente por la comprensión de su hijo.
Sin
embargo, donde fuera que Yunho colocara el sombrero, las
cartas lo seguían obstinadamente. Su padre siguió su progreso en
todo el mundo y se mantuvo en contacto cada pocos meses, a pesar del
hecho de que nunca recibió ninguna respuesta de que sus
palabras llegaran a su hijo.
Yunho
no quería leerlas, y durante muchos años, no lo había hecho.
Las
arrojaba sin abrir una encima de la otra en una vieja caja, inseguro
de por qué no las lanzaba a la chimenea en su lugar.
A
medida que los años transcurrieron y las cartas continuaron
llegando, el caparazón protector de Yunho se endureció lo
suficiente para que lograra abrirlas sin ser envuelto por la
furia. Ya no era ese niño asustado.
Las
cartas le traían noticias de su patria, de las muertes de
la familia y de los bebés naciendo que compartían su linaje. Carta
por carta, esas ventanas de papel en las pequeñeces de la vida día
a día en el Círculo Polar Ártico reavivaron su amor por
Noruega, una nostalgia profunda de recostarse sobre su espalda
en el claro y ver los cielos bailar una vez más.
Y
así reconstruyó su relación con su patria, hizo las
paces con el reino frío y hermoso que contenía esos
recuerdos agridulces. Volver a Tromso como un hombre exitoso
calmó el rugido de injusticia en su corazón. Llegó al
punto de partida, y después de años escapando, fue
conveniente que Noruega le ofreciera el puerto seguro y el
consuelo perdido en su vida en Corea.
Sin
embargo, todavía no se puso en contacto con su padre.
No
podía hacerlo. Cuando todo se dijo e hizo, el hombre fue
el responsable de la muerte de su madre, y toda la conversación en
el mundo no podría cambiar eso.
Arrojó
la carta hecha un ovillo en el asiento del pasajero y
puso el auto en reversa. Aceleró cuando golpeó el camino
abierto, disgustado consigo mismo, incluso por estar allí en primer
lugar. Había otro lugar en el que quería estar.
*******
Jaejoong
se recostó en las burbujas de vapor y cerró los ojos. Si
pudiera congelar el tiempo, presionaría el botón en este
momento. Yunho lo transportaba a este cuento de hadas de cielos
mágicos y sexo grandioso, pero la aventura tenía que llegar a
un final abrupto mañana.
Los
cielos grises y la discordia marital esperaban
impacientemente por él, de vuelta en Corea, y la idea de ver a
Minho nuevamente hizo su estómago un ovillo de miedo.
Todo
su mundo giró en torno a él durante toda su vida
adulta, era todo lo que conocía del amor. Pero, ¿lo seguía
amando? La pregunta dio vueltas en su cabeza. Antes de que
conociera a Jung Yunho, habría respondido que sí sin
pensarlo, pero ¿habría sido la verdad? Amar a Minho era
natural, pero esta semana con Yunho lo obligó a tomar una píldora
de honestidad cuando se trataba de sus propias emociones.
Jaejoong
alcanzó la copa oscura de Shiraz equilibrada en la repisa
al lado de la bañera y bebió un gran trago. El vino
calentó sus venas y lo fortificó con coraje noruego para
continuar su larga sesión de terapia personal atrasada.
Era
muy curioso dar un paso atrás y mirar los hechos descubiertos.
Jaejoong
tuvo la idea de que Minho veía a otra persona por más meses de los
que estaba dispuesto a admitir, sin embargo, ignoró la creciente
evidencia. Fue alarmantemente fácil considerar sus explicaciones
alternativas plausibles en lugar de enfrentar la posible
verdad y toda su fealdad asociada.
¿Minho
era consciente de que él lo sabía? ¿Tomó su falta de desafío
como una aceptación tácita? La vergüenza le sonrojó las mejillas
más calientes que el agua del baño de vapor. ¿Cuán poco
debe pensar de él, si ese fuera el caso? Sabía en su corazón
por qué se mantuvo su silencio. Era sencillo, de verdad. Quería que
él lo eligiera.
Luego
llegó Jung Yunho, y en una mirada de él, y Jaejoong dejó
de esperar. Con un solo toque, la venda le cayó de los ojos. Yunho
le recordó cómo se sentía ser adorado, y lo mucho que
lo extrañó la sensación.
Los
recuerdos de Minho se agolpaban en su mente, y los dejó
entrar. Recuerdos de los momentos en los que él fue el
único en hacerlo sentir adorado.
A
los catorce años, riendo mientras Jae subía a la barra de
su bicicleta todo el camino a casa desde la escuela. A los
dieciocho, con el cabello muy largo y su gran sonrisa que
iluminó su corazón. Y en su vigésimo primer cumpleaños,
nervioso y de rodillas en las hojas húmedas, mientras caminaban por
el parque.
Las
lágrimas se deslizaron debajo de sus párpados cerrados.
Lágrimas por Minho, y por su amor que alguna vez se
sintió demasiado importante como para romperlo.
*******
Yunho
metió las manos en los bolsillos y bajó la barbilla en
su chaqueta. El cementerio estaba adecuadamente desolado, y no había
flores para animar la lápida gris que llevaba el nombre de su madre.
¿Estaría
orgullosa del hombre en el que se había convertido? ¿Habría
recorrido el mismo camino si ella hubiera vivido? No tenía
ninguna respuesta, o alguien a quién preguntar.
Ella se fue
de su vida por más años de los que estuvo, y sus
remembranzas estaban todas envueltas en recuerdos infantiles de
lágrimas limpiadas y besos de buenas noches, de rodillas
raspadas y nevadas en las mañanas de navidad.
No
fue una decisión consciente envolver su corazón y
enterrarlo junto a su madre, sin embargo, de alguna manera ocurrió.
Permaneció en la misma tumba todos esos años atrás, un
hombre-niño, apenas un adolescente, de repente solo y carente de
amor.
Nadie
se acercó a fundir el hielo alrededor de su corazón desde
entonces, a pesar de que muchos lo intentaron. Creció hermoso
y rebelde, era problemas para todos y deseado aún más por
ello por las novias y novios que llenaban su pasado.
Yunho
extendió una mano y la puso contra la fría, lápida
dura. Su rostro era confuso en su mente ahora, era más una
sensación que una imagen. Su memoria lo mantuvo a salvo mientras
crecía. Ella era la única persona que lo miraba a él y comprendía
su corazón.
Se
frotó las manos sobre la cara. Vino aquí porque necesitaba hablar y
no había nadie más para escucharlo.
¿Qué
hacía con Kim Jaejoong? ¿Por qué intentaba salvarlo? ¿Qué
demonios se creía que era: Caballero por autoproclamación y
Caballero por naturaleza? Y si eso era todo, ¿por qué
sentía cada vez más como si él fuera quien lo salvaba?
Sin
siquiera intentarlo, Jaejoong se metió bajo su piel de una manera
que muchas mujeres y hombres refinados y depredadores que poblaron su
vida y su cama hasta ahora nunca consiguieron.
Su
suavidad y su valentía lo impresionaron demasiado, y
encontrarlo en sus brazos cuando despertaba parecía calmar su
siempre presente necesidad de levantarse y luchar.
Cerró
los ojos por un segundo en conmemoración silenciosa, y luego se giró
y se alejó.